Autor:
López García, D.*
Pareciera que la agricultura no tiene cabida en espacios periurbanos, donde la lógica especulativa convierte la tierra en mercancía, asignándole un valor de mercado muy por encima de su valor de uso y lejos del alcance de las rentas agrarias. Sin embargo, en las últimas décadas han aparecido gran cantidad de pequeñas iniciativas que tienden puentes entre campo y ciudad, conectando grupos de productores y consumidores en novedosas formas sociales que están devolviendo la rentabilidad a la agricultura periurbana.
Pero sobre todo, están abriendo un espacio social donde la producción agraria sostenible cercana a las ciudades recupera su valor social, y a partir del cual es posible defender la actividad del avance de la ciudad. Más allá de la búsqueda de precios justos para el consumo y la producción, es la conformación de un movimiento social que cuestiona la expresión territorial del capitalismo global, y que construye alternativas a partir de formas de relación económica basadas en la solidaridad y el bien común entre producción y consumo.
La recuperación de los canales cortos de comercialización
Las mayores ciudades han crecido históricamente en lugares de fácil abastecimiento de alimentos, a menudo cercanas a vegas fértiles y altamente productivas. Hasta hace muy pocas décadas, los productos agroalimentarios de consumo diario (hortaliza fresca, leche, etc.) se producían en las propias ciudades o en los territorios inmediatamente cercanos. Aún hoy, al menos un tercio de los alimentos consumidos en las ciudades de todo el mundo se producen en esas mismas áreas urbanas o en las zonas periurbanas anejas, y al menos un 7,5% de los alimentos en el mundo están producidos por campesinos urbanos.
Sin embargo, y por diferentes causas (el petróleo barato, las urbanización de suelos, el precio de la tierra, etc.) ha llevado a lo largo del siglo XX a un paulatino desacoplamiento espacial entre producción y consumo agroalimentarios, que ha hecho retroceder las producciones agrarias urbana y periurbana.
En un contexto de crisis general para todo tipo de agricultura, el surgimiento de la agricultura ecológica supone un balón de oxígeno para algunas explotaciones agrarias. Esta nueva forma de denominar la agricultura sin químicos, si bien más evolucionada, en poco tiempo se hermana con la mayor conciencia en el consumo hacia la búsqueda de productos saludables, en un mercado a menudo confuso y generador de poca confianza, especialmente frente a la expansión de la Gran Distribución Comercial (GDC). Por ello, en el Estado Español surgen en los ’80 los primeros Grupos de Consumo de Alimentos Ecológicos y asociaciones de productores y consumidores. En los años ’90 el consumo asociativo de alimentos ecológicos se expande, especialmente en las principales zonas metropolitanas, a partir de la iniciativa individual de experiencias productivas pioneras que no pudieron o no quisieron optar por el mercado de exportación, y especialmente a partir de la distribución de frutas y hortalizas frescas.
En la primera década de este siglo se vive una verdadera explosión de iniciativas auto organizadas de consumo ecológico en las ciudades, que podemos denominar un movimiento social agroecológico, altamente politizado, y que supera en sus principios la demanda de alimentación saludable, para plantear una crítica de raíz a la expresión territorial del capitalismo globalizado y al sistema agroalimentario que lleva asociado. Este incipiente movimiento se alimenta en los últimos años con las propuestas de la Soberanía Alimentaria, llegadas desde el Sur Global de la mano de La Vía Campesina, y se estructura en tejidos territoriales de diversa naturaleza, construyendo alianzas entre campo y ciudad en base a un pacto social por la agricultura, especialmente la agricultura ecológica y los canales alternativos de distribución.
En la actualidad, los Canales Cortos de Comercialización (CCC) para los alimentos ecológicos son una realidad en rápido crecimiento en el Estado Español y en general a lo largo y ancho del planeta. Sus formas se han multiplicado y diversificado, hasta suponer una alternativa importante para cientos de experiencias productivas; y su importancia está siendo recogida por las administraciones, que se están viendo forzadas a reconocer su importancia y los beneficios sociales que reportan.
Pero más allá de su importancia económica, su carácter de movimiento social está generando una politización de la producción y el consumo, que sitúa el sistema agroalimentario en un lugar importante de los debates sociales.
Los CCC: Más que una cuestión de consumo
Por Canales Cortos de Comercialización entendemos aquellas formas de circulación agroalimentaria en las que sólo se dan uno o ningún intermediario entre producción y consumo. Sin embargo este es un término confuso, ya que el denominado canal moderno de distribución en algunos casos cumple con esta definición, y no es el tipo de experiencias al que nos queremos referir. Por ello para afinar más el concepto debemos hablar de espacios comerciales en los que producción y consumo mantienen un alto poder de decisión en cuanto a qué y cómo se produce, y en cuanto a la definición del valor de aquello que se produce. El tipo de experiencias que agrupamos dentro de esta categoría suele compartir además una base territorial común entre producción y consumo que permite una relación directa entre ambos extremos de la cadena agroalimentaria, por lo que se suele hablar de mercados locales como un concepto ligado al de CCC. Algunas de las modalidades son fórmulas tradicionales de distribución de la producción agraria que han sido retomadas en el proceso de recampesinización de una parte importante de los pequeños productores, como la venta en finca o los mercadillos de productores. Además, han surgido formas novedosas de comercialización ligadas a la producción ecológica, tales como los Grupos de Consumo de alimentos ecológicos, los sistemas de suscripción en base a la distribución periódica de lotes de productos de composición preestablecida, la venta por internet, o la distribución directa por parte de los productores a comedores de instituciones públicas (Consumo Social).
En efecto, las diversas modalidades de CCC van más allá de un simple interés por alimentos saludables por parte del consumo, para establecer relaciones de confianza, en respuesta a una desconfianza generalizada frente a la globalización agroalimentaria y los organismos de control ambiental y sanitario al respecto. Esta desconfianza llega hasta el cuestionamiento de los propios sistemas públicos de certificación, para establecer sistemas alternativos y participativos de garantía; e incluso frente a la convencionalización de la agricultura orgánica.
El establecimiento de estas nuevas redes sociales de confianza entre producción -medio rural- y consumo -medio urbano, se traduce en formas de funcionamiento ampliamente positivas para ambas partes de la cadena, y que establecen una clara diferencia con las formas de circulación económica en el mercado capitalista global: estabilidad; negociación de precios; cooperación entre producción y consumo e incluso variadas formas de co-gestión de la finca; preferencia por las producciones más cercanas por encima de los menores precios; etc. Muchos productores ecológicos manifiestan a su vez su satisfacción al conocer a las personas que se alimentan con su cosecha, y a que sus productos de calidad sean consumidos en el propio territorio. Y según la conciencia ecológica va siendo incorporada por los propios productores, estos comienzan a consumir alimento ecológico y a desarrollar experiencias de consumo asociativo en las propias zonas de producción, a menudo rurales.
El interés renovado por las producciones agrarias locales, supone a su vez un cambio importante en uno de los principales problemas para la renovación de la población activa agraria: la escasa valoración social de la actividad, a la vez que puede suponer un freno importante frente a la pérdida de biodiversidad agraria. La simple reducción de intermediarios reduce costes y aumenta de manera muy sensible el valor añadido percibido por el productor, a la vez que reduce los precios finales del alimento ecológico y los impactos ambientales relativos a transporte y a los envases y embalajes que la distribución convencional utiliza como gancho.
No es oro todo lo que es “corto”
El concepto de “Circuitos Cortos de Comercialización” solo hace referencia al número de intermediarios entre producción y consumo, y dentro de esta definición entran muchas cosas, y no todas responden a la idea de solidaridad y de reparto del beneficio social entre los extremos de la cadena alimentaria. El desarrollo de la gran distribución comercial (“Canal Moderno”) aprendió la lección hace mucho tiempo, y en la actualidad supone el único intermediario para la mayor parte de productos que se comercializan en los súper e hipermercados. Han desarrollado sus propias plataformas de compra, desplazando así al “Canal Tradicional” construido a través de los “mercas” de las grandes ciudades, y quedándose así con una mayor parte del valor añadido, y concentrando aun más el poder de negociación frente a producción y consumo. Y son capaces de apropiarse de cualquier contenido simbólico al respecto (ver foto de Intermarché, Marsella, 2006), y lo peor es que no mienten.
Por lo tanto, cuando hablamos de CCC no solo nos referimos a los intermediarios, sino también a las formas que adoptan los circuitos de comercialización… Pero aquí también nos podemos pillar los dedos. Algunas modalidades de CCC se han crecido, en los países con mercados ecológicos más desarrollados, de una forma espectacular. Es el caso de los sistemas de subscripción (o de cestas) comercializados por internet, que en países como el Reino Unido alcanzan en algunos casos volúmenes de decenas de miles de cestas semanales a domicilio (Abel and Coll; Riverfort); aunque también en Dinamarca (Aarstiderne), Alemania o Austria. Todas estas experiencias surgen e sus inicios de granjas o asociaciones de granjas pioneras en los CCC, que abrieron mercado con mucho valor, y que hoy logran comercializar un volumen muy importante de productos de regiones determinadas, favoreciendo el mantenimiento de la agricultura en esas zonas. Pero adoptan sistemas en los que, una vez más, el criterio del productor tiene poco que decir; que no tienen problemas en incorporar productos de cualquier parte del mundo, para hacer “más cómodo el servicio” al consumidor; y que pierden la relación directa entre producción y consumo, al adoptar estructuras empresariales. ¿Es esto circuito corto?
En una conversación con Patrick Holden, anterior presidente de la Soil Association, en Reino Unido, nos comentaba una reunión con el responsable de compras de una gran cadena de supermercados en aquel país. Aquel sales manager decía: “de momento, el volumen es demasiado pequeño para nosotros”, pero no tenía problemas en considerar abrir una línea de sistema de suscripción para alimentos ecológicos desde el supermercado. En efecto, si es rentable, ¿por qué no lanzarse a ello? Y sin duda, sin un tejido social y una solidaridad directa entre producción y consumo, el poder comunicativo de la Gran Distribución puede reconstruir cualquier ficción de lo local, de la solidaridad, y de la calidad de los alimentos. Mucho más real que la realidad.
Por ello, no solo hablamos del número de intermediarios, sino también de volúmen (cantidad de producto repartido, cantidad de granjas productoras o unidades de consumo implicadas) y escala territorial, que permita un contacto directo y conocimiento mutuo entre producción y consumo. Pero sobre todo, cuando hablamos de CCC como proyecto transformador, hablamos de Poder. Poder de la producción y el consumo para definir el modelo agrario y alimentario que deciden para cada territorio, lo cual es a su vez un proyecto político, que denominamos Soberanía Alimentaria.
Los CCC como elemento movilizador
Se constata que además, las relaciones de proximidad en las cadenas locales sirven de vehículo a las demandas sociales de equilibrio territorial y ambiental frente a la globalización, especialmente entre los habitantes urbanos, en un compromiso por apoyar y fortalecer los paisajes, las culturas y las economías locales sostenibles de los territorios circundantes a las áreas metropolitanas. Especialmente en las zonas urbanas y periurbanas donde, como ya se ha comentado, la dinámica de la economía globalizada presiona en mayor medida sobre el tejido agrario. Pero también en las numerosas iniciativas de Grupos de Consumo o CCC que se están desarrollando en zonas rurales, integrando a los productores/as en las mismas estructuras de consumo.
En este sentido podemos entender el desarrollo desde los años ’90 de un movimiento social agroecológico de fuerte carácter urbano, desde el cual se organiza la resistencia frente a la expresión territorial del capitalismo global, a través de un cambio en el modelo agroalimentario. Desde estas praxis urbanas se construyen los grupos de consumo en las ciudades y los huertos urbanos, y estas experiencias se han ido coordinando a nivel territorial para construir el extremo del consumo en los CCC, haciendo así operativas las incipientes redes logísticas por medio de estructuras de coordinación.
La existencia de estas estructuras y la explosión de los CCC están permitiendo un estrecho contacto entre producción y consumo, incorporando contenidos agrarios y rurales a la agenda política de los movimientos sociales urbanos a través de la presencia de los productores, con lo que se fortalecen de una forma importante las luchas de los débiles tejidos sociales de las áreas periurbanas circundantes, o de las comarcas rurales con tejido asociativo ligado a los CCC.
En las Áreas periurbanas nos encontramos, en concreto, con un rango de problemáticas en la parte de la producción, ligados a la marginalidad de la actividad agraria en estos territorios: problemas de acceso a la tierra y al agua; contaminación de suelos y agua; desestructuración del tejido productivo agrario (asociaciones, cooperativas, etc.); y degradación de las infraestructuras agrarias (caminos, acequias, etc.).
Estas problemáticas están siendo integradas, dentro de la agenda de los movimientos sociales urbanos, que más allá del ecologismo pasan a considerar la cuestión agraria como bien de interés social, desde una visión agroecológica y de Soberanía Alimentaria. En este sentido, es fácil encontrar en los espacios donde toman cuerpo las experiencias de CCC -locales de los grupos de consumo, mercadillos de productores- propaganda y convocatorias de movilizaciones alrededor de problemáticas ambientales locales de las áreas periurbanas, como la urbanización descontrolada; la contaminación; o la construcción de infraestructuras de transporte, agua y energía. Además, es fácil encontrar en la dinamización de estas movilizaciones a los propios agricultores ecológicos y a otras personas implicadas en los CCC desde el consumo.
EJEMPLOS:
Probablemente el conflicto social más importante acaecido en el Estado español en este sentido es el de la Huerta Sur de Valencia, y en concreto en el barrio de La Punta, desde mediados de los ’90. Este barrio de huertos históricos, integrado en el término municipal de la ciudad de Valencia, fue arrasado en gran parte para la construcción de infraestructuras logísticas y de transporte, necesarias para conectar el espacio metropolitano valenciano con la economía global. Este proceso se ha ido extendiendo a otras zonas alrededor de la ciudad, y ha ido generando un creciente movimiento contestatario, en el que la agricultura es más que el paisaje y la identidad cultural históricas del pueblo valenciano. La huerta es garantía de futuro para la ciudad y una vía imprescindible para su desarrollo sostenible, y cada fanega cementada supone fertilidad y riqueza perdidas para siempre. Por ello, desde los ’90, las personas implicadas en la defensa de L’Horta comenzaron a dinamizar experiencias de CCC en los terrenos que iban a ser urbanizados, como forma de conectar a los habitantes urbanos con la problemática de las huertas históricas. Esta línea sigue, hasta el punto de que hoy la página web de inicio del colectivo Per L’horta -el más visible en la defensa de la huerta valenciana- muestra un sistema de compra on-line de productos de la zona.
Otro ejemplo interesante es el de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) en el Area Metropolitana de Madrid. En el año 2000 un grupo de 150 jóvenes okupaba unas tierras abandonadas de titularidad pública, pertenecientes a un Parque Regional y destinadas para “agricultura sostenible”, para denunciar el abandono de la finca por parte de la administración y las múltiples agresiones ambientales que estaba sufriendo dicho Parque Regional relacionadas con el crecimiento urbanístico y las infraestructuras de transporte relacionadas. El grupo presentó un proyecto al gobierno regional para poner en producción la finca y sin esperar respuesta comenzó a desarrollarlo. El proyecto incluía la creación de grupos de consumo que, de manera asamblearia, gestionarían la finca en base a la posesión colectiva de los medios de producción y del producto, en un modelo de relaciones entre producción y consumo mediante el cual el consumo se hace responsable de la producción agraria, y también del territorio que la soporta. La producción tuvo que llevarse al valle del río Tajuña al ser dificultada por la administración con todo tipo de medios. Sin embargo la experiencia siguió adelante, y más tarde el modelo de relación producción-consumo se replicaría en una docena de nuevas experiencias, en la Comunidad de Madrid y en otros territorios del Estado Español.
PARA SABER MÁS:
(*) Daniel López
Técnico e investigador en Agroecología. Miembro de Ecologistas en Acción.