La Agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al hombre sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre. Cicerón

viernes, 17 de septiembre de 2010

La Agricultura en Al-Andalus


 


Herederos de los hispano-romanos y visigodos, los habitantes de al-Andalus sintieron también vivamente un gran amor por la naturaleza, las huertas y jardines. Conservaron los sistemas de riego de la época preislámica y los mejoraron. No solamente desarrollaron nuevas técnicas de cultivo en las vegas de Granada, Murcia y Valencia, sino también en Córdoba, Toledo, Sevilla y hasta Almería. Fueron estas ciudades los focos principales donde surgió esta literatura agrícola, la mayoría de cuyos autores fueron médicos. Su interés por la agricultura estaba marcado por la preocupación en conocer las aplicaciones médicas y dietéticas de los llamados «simples».

En Córdoba destacó el famoso médico Abû-l-Qasim az-Zahrawi, que murió hacia el año 1009, el Albucasis de los traductores latinos de la Edad Media. Compuso un «Compendio de Agricultura» (Mujtasar kitab al-fialaha).

En Toledo sobresale Ibn Wafid (1008-1074), el Abengüefith de los farmacólogos medievales. Compuso varias obras de medicina, entre ellas el «Libro de los medicamentos simples». Se hizo famosa en toda Europa gracias a la traducción resumida de Gerardo de Cremona: Liber Abenguefith Philosophi de virtutibus medicinarum et ciborum. Fue traducida completamente al castellano y al catalán.

Ibn Wafid estuvo al servicio del rey al-Ma'mûn de Toledo (1037-1075) y para él creó un jardín botánico o «Huerta del Rey» (Yannat as-Sultan), que se extendía por la Vega del Tajo, entre el Palacio de Galiana y el Puente de Alcántara. Fue en este siglo XI, cuando aparecieron en al-Andalus los primeros «Reales Jardines Botánicos», casi quinientos años antes que en la Europa renacentista.

Entre otras obras, Ibn Wafid escribió una «Suma o compendio de Agricultura», cuya versión castellana de la Edad Media descubrió e identificó Millás Vallicrosa en el manuscrito fragmentario de la Biblioteca Nacional de Madrid, procedente del antiguo fondo de la Biblioteca de la Catedral de Toledo. La obra agronómica de Ibn Wafid inspiró uno de los más famosos tratados de agricultura del Renacimiento: la Agricultura General de Gabriel Alonso de Herrera, editada en 1513 por encargo del Cardenal Cisneros. Emilio García Gómez adquirió en Tánger un folleto árabe con fragmentos de varios tratados de agricultura y en 1945 pudo constatar que la traducción castellana de Ibn Wafid, descubierta e identificada por Millás, correspondía a uno de los tratados contenidos en dicho folleto. Actualmente, Bachir Attié ha identificado al autor de este tratado como Abü-I-Qasim 'Abbas al-Nahrawi.

Contemporáneo de Ibn Wafid fue Ibn Bassal, al servicio también de al-Ma'mûn de Toledo. Hizo la peregrinación (Haÿÿ) a Oriente pasando por Sicilia y Egipto. Compuso una extensa obra de agricultura (Diwan al-filaha) y que resumió después en un solo volumen de dieciséis capítulos con el título de Kitab al-qasd wa-l-bayan ( «Libro del propósito y de la demostración» ).

A diferencia de otros autores geopónicos que recurrieron a los autores clásicos, Ibn Bassal parece basarse en experiencias personales y, se puede considerar como el tratado de agricultura más original y objetivo de todos los especialistas andalusíes.

Cuando Alfonso VI conquistó Toledo en 1085, Ibn Bassal emigró a Sevilla y se puso al servicio del rey al-Mu'tamid (1069- 1090), para el que creó una «Huerta del Rey». En Sevilla en- contró al médico toledano Ibn al-Lunquh o Ibn al-Luengo (muerto en 1105), discípulo de Ibn Wafid y al sevillano Ibn al-Haÿÿaÿ. Este último compuso el tratado de agricultura llamado al-Muqni' ( «El suficiente» ) en 1073 y sigue fundamentalmente a los autores clásicos, sobre todo a Yûniyus, desechando los consejos de agricultores ignorantes. También llevó a cabo experiencias personales en el Aljarafe sevillano.

A esta escuela hispalense pertenecieron también Abû-l-Jayr y el autor anónimo de la ‘Umdat at-tabib fi ma’rifat fi kull labib. Asín Palacios estudió en 1943 esta importante obra en su Glosario de voces romances registradas por un botánico anónimo andalusí de los siglos XI-XII. Según él, fue este autor anónimo «quien ideó, sin precedentes hasta hoy conocidos, el sistema de clasificación de las plantas que más se acerca al moderno». Es muy superior a cualquier diccionario de botánica, árabe o europeo, de la Edad Media, incluido el famoso «Tratado de los Simples» de Ibn al-Baytar .

Define y clasifica las plantas con gran precisión y seguridad, no sólo las indígenas sino también las exóticas, procedentes del Medio Oriente y hasta del Extremo Oriente, muchas de las cuales fueron conocidas en Europa después del descubrimiento de las Indias Orientales. Asín Palacios ha subrayado también la importancia de esta obra desde el punto de vista toponímico y lingüístico: la 'Umda del Anónimo sevillano es esencial para conocer el estado de las lenguas romances de la Península Ibérica en el siglo XI.

En Granada destaco at-Tignari, llamado así por haber nacido en Tignar, entre Albolote y Maracena, en la Vega de Granada. Sirvió primero al último rey Zirí de Granada, el emir 'Abd Allah (1073-1090). Compuso un tratado de agricultura titulado Zahr al-bustan wa-nuzhat al-adhan ( «Flor del jardín y recreo de las inteligencias» )o Se lo dedicó a Tamim, hijo del sultán almorávide Yûsuf ibn Tashufin, cuando fue gobernador de Granada {1107-1118). Está dividido en doce artículos o maqâlas y 360 capitulos.

El principal tratado de agricultura fue escrito a finales del siglo XII o principios del XIII por el sevillano Ibn al-'Awwam. Su Kitâb al-filaha al-nabatiyya ( «Libro de la agricultura nabatea» ) es una voluminosa obra dividida en treinta y cinco capítulos. La obra de Ibn al-'Awwam no constituye solamente el tratado agrícola más importante que en este género dio la literatura árabe, sino que es también la obra geopónica de más alto relieve de toda la Edad Media. Es célebre en Europa porque fue el primer tratado árabe de agricultura editado y traducido al español por José Antonio Banqueri (Madrid, 1802) en dos volúmenes.

Finalmente cabe citar a Ibn Luyûn de Almería (1282-1349). Compuso un Kitâb al-filaha o «Libro de la agricultura» en verso y le dio el título de Kitâb ibda' al-malâha wa-inhâ' ar-rayâha fi usûl sinâ'at al-filâha (Libro del principio de la belleza y fin de la sabiduría que trata de los fundamentos del arte de la agricultura). Este tratado ha sido editado y traducido por Joaquina Eguaras {Granada, 1975). Ibn Luyûn se basa principalmente en Ibn Bassal y at-Tignari, aunque no faltan las observaciones recogidas directamente de los entendidos en la materia.

No hay que olvidar que otros autores famosos de al-Andalus se preocuparon también por la Botánica y la Agricultura como Avempace (Ibn Baÿÿa, 1138), Avenzoar (Ibn Zuhr, 1131), Averroes (Ibn Rushd, 1198), el geógrafo al-Bakri (1094) o el oftalmólogo al-Gafiqi (1166).

Todos estos tratados de agricultura constituyen auténticas enciclopedias de economía rural. Aunque lo esencial es la agronomía, no faltan los capítulos dedicados a la zootecnia, veterinaria, administración y gestión de las fincas, selección y contratación de obreros agrícolas, conservación de los productos cosechados, agrimensura, calendario agrícola estacional, etc. También estos autores andalusíes introdujeron importantes capítulos dedicados al cultivo de plantas nuevas: arroz, caña de azúcar, palmera, algodón, lino, albaricoque, berenjena, azafrán, etc.


No es necesario, pues, subrayar la importancia que tuvo la Agricultura en al-Andalus. Basta con recoger este precioso pasaje de Ibn 'Abdûn de Sevilla:


«El príncipe debe prescribir que se dé el mayor impulso a la agricultura, la cual debe ser alentada, así como los labradores han de ser tratados con benevolencia y protegidos en sus labores. También es preciso que el rey ordene a sus visires y a los personajes poderosos de su capital que tengan explotaciones agrícolas personales; cosa que será del mayor provecho para unos y otros, pues así aumentarán sus fortunas; el pueblo tendrá mayores facilidades para aprovisionarse y no pasar hambre; el país será más próspero y más barato, y su defensa estará mejor organizada y dispondrá de mayores sumas. La agricultura es la base de la civilización, y de ella depende la vida entera y sus principales ventajas. Por los cereales se pierden existencias y riquezas, y por ellos cambian de dueño las ciudades y los hombres. Cuando no se producen, se vienen abajo las fortunas y se rebaja toda organización social».

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