La Agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al hombre sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre. Cicerón

martes, 13 de marzo de 2012

PURÍN DE ORTIGAS

LA HUERTA 13 DE MARZO DE 2012
Voy a comenzar este resumen este día e intentaré cerrar el ciclo hasta el año que viene, esto es algo que ya debí de hacer hace tiempo pero como todo y a todo le ha llegado el día hoy.


La idea hoy del huerto era clarearlo un poco  de otras plantas distintas a las cultivadas, que esta vez en este cultivo han proliferado con mucha energía, debe ser porque no hemos tomado ninguna medida contra esto.
Para la próxima temporada de verano vamos a seguir las recomendaciones de la agricultura biodinámica, la cual estamos implantando en nuestro huerto y nuestros hábitos poco a poco.
En esta visita hemos eliminada las plantas no cultivadas, comenzando por la ortiga, con la cual estamos dispuestos a hacer un purín, para ello la hemos arrancado con el problema de no haber seleccionado las que tenían semillas, con las frescas, con el problema de que estas con semillas no sirven igual.
No obstante lo hemos hecho y hemos conseguido llenar dos recipientes. Uno de ellos lo vamos a utilizar para hacer un purín de 24 horas y la otra la vamos a dejar que realice todo el ciclo completo, agitándola todos los días para que no se pudra y así suelte bien toda la energía que tiene.
 El purín de ortigas no se debe de aplicar mas de tres veces al cultivo, con el de 24 horas se aplica tres veces el mismo dia, con un margen de 1 hora entre cada aplicación. El purín de varios dias se aplica también tres veces tres días distintos, pero nunca mas de tres veces.
También hemos cogido unas zanahorias moradas de esas de Cuevas Bajas, muy ricas por cierto y muy vistosas, como el año pasado dejaré algunas para semillas. Las zanahorias las plantamos en abundancia y ahora hay muchas que han crecido muy juntas y son mas difíciles de coger, para la próxima vez confiaremos más en la semilla y la colocaremos con mas idea. Entre las zanahorias ha crecido además una planta que se le parece mucho y me ha tenido engañado todo este tiempo pensando que era una zanahoria y haciéndome dudar de la planta.
 













El brócoli también estaba a punto y le hemos cortado unas ramitas, las que se veian mas compactas.
Las acelgas han sufrido mucho el picoteo de los pájaros ya parece que los espantapájaros están dando algo de resultado además de que ya debe de haber mas alimento en el campo para los pájaros.
Incluso las espinacas están comenzando a aparecer y parece ser que nos vamos a comer una escarola o una ensalada.
Ojeando otras plantas he comprobado que la consuelda, a pesar de terminar con todas sus hojas secas por la helada, a vuelto a rebrotar en el mismo sitio al igual que el alicrisun y el ajenjo.

Por último hemos volteado el compost y regado un poquito pero mas bien poco porque se ha cortado el riego pronto.

martes, 31 de enero de 2012

CANALES CORTOS DE COMERCIALIZACION, UN ELEMENTO DINAMIZADOR


Autor: López García, D.*
Pareciera que la agricultura no tiene cabida en espacios periurbanos, donde la lógica especulativa convierte la tierra en mercancía, asignándole un valor de mercado muy por encima de su valor de uso y lejos del alcance de las rentas agrarias. Sin embargo, en las últimas décadas han aparecido gran cantidad de pequeñas iniciativas que tienden puentes entre campo y ciudad, conectando grupos de productores y consumidores en novedosas formas sociales que están devolviendo la rentabilidad a la agricultura periurbana.
Pero sobre todo, están abriendo un espacio social donde la producción agraria sostenible cercana a las ciudades recupera su valor social, y a partir del cual es posible defender la actividad del avance de la ciudad. Más allá de la búsqueda de precios justos para el consumo y la producción, es la conformación de un movimiento social que cuestiona la expresión territorial del capitalismo global, y que construye alternativas a partir de formas de relación económica basadas en la solidaridad y el bien común entre producción y consumo.
La recuperación de los canales cortos de comercialización
Las mayores ciudades han crecido históricamente en lugares de fácil abastecimiento de alimentos, a menudo cercanas a vegas fértiles y altamente productivas. Hasta hace muy pocas décadas, los productos agroalimentarios de consumo diario (hortaliza fresca, leche, etc.) se producían en las propias ciudades o en los territorios inmediatamente cercanos. Aún hoy, al menos un tercio de los alimentos consumidos en las ciudades de todo el mundo se producen en esas mismas áreas urbanas o en las zonas periurbanas anejas, y al menos un 7,5% de los alimentos en el mundo están producidos por campesinos urbanos.
Sin embargo, y por diferentes causas (el petróleo barato, las urbanización de suelos, el precio de la tierra, etc.) ha llevado a lo largo del siglo XX a un paulatino desacoplamiento espacial entre producción y consumo agroalimentarios, que ha hecho retroceder las producciones agrarias urbana y periurbana.
En un contexto de crisis general para todo tipo de agricultura, el surgimiento de la agricultura ecológica supone un balón de oxígeno para algunas explotaciones agrarias. Esta nueva forma de denominar la agricultura sin químicos, si bien más evolucionada, en poco tiempo se hermana con la mayor conciencia en el consumo hacia la búsqueda de productos saludables, en un mercado a menudo confuso y generador de poca confianza, especialmente frente a la expansión de la Gran Distribución Comercial (GDC). Por ello, en el Estado Español surgen en los ’80 los primeros Grupos de Consumo de Alimentos Ecológicos y asociaciones de productores y consumidores. En los años ’90 el consumo asociativo de alimentos ecológicos se expande, especialmente en las principales zonas metropolitanas, a partir de la iniciativa individual de experiencias productivas pioneras que no pudieron o no quisieron optar por el mercado de exportación, y especialmente a partir de la distribución de frutas y hortalizas frescas.
En la primera década de este siglo se vive una verdadera explosión de iniciativas auto organizadas de consumo ecológico en las ciudades, que podemos denominar un movimiento social agroecológico, altamente politizado, y que supera en sus principios la demanda de alimentación saludable, para plantear una crítica de raíz a la expresión territorial del capitalismo globalizado y al sistema agroalimentario que lleva asociado. Este incipiente movimiento se alimenta en los últimos años con las propuestas de la Soberanía Alimentaria, llegadas desde el Sur Global de la mano de La Vía Campesina, y se estructura en tejidos territoriales de diversa naturaleza, construyendo alianzas entre campo y ciudad en base a un pacto social por la agricultura, especialmente la agricultura ecológica y los canales alternativos de distribución.
En la actualidad, los Canales Cortos de Comercialización (CCC) para los alimentos ecológicos son una realidad en rápido crecimiento en el Estado Español y en general a lo largo y ancho del planeta. Sus formas se han multiplicado y diversificado, hasta suponer una alternativa importante para cientos de experiencias productivas; y su importancia está siendo recogida por las administraciones, que se están viendo forzadas a reconocer su importancia y los beneficios sociales que reportan.
Pero más allá de su importancia económica, su carácter de movimiento social está generando una politización de la producción y el consumo, que sitúa el sistema agroalimentario en un lugar importante de los debates sociales.
Los CCC: Más que una cuestión de consumo
Por Canales Cortos de Comercialización entendemos aquellas formas de circulación agroalimentaria en las que sólo se dan uno o ningún intermediario entre producción y consumo. Sin embargo este es un término confuso, ya que el denominado canal moderno de distribución en algunos casos cumple con esta definición, y no es el tipo de experiencias al que nos queremos referir. Por ello para afinar más el concepto debemos hablar de espacios comerciales en los que producción y consumo mantienen un alto poder de decisión en cuanto a qué y cómo se produce, y en cuanto a la definición del valor de aquello que se produce. El tipo de experiencias que agrupamos dentro de esta categoría suele compartir además una base territorial común entre producción y consumo que permite una relación directa entre ambos extremos de la cadena agroalimentaria, por lo que se suele hablar de mercados locales como un concepto ligado al de CCC. Algunas de las modalidades son fórmulas tradicionales de distribución de la producción agraria que han sido retomadas en el proceso de recampesinización de una parte importante de los pequeños productores, como la venta en finca o los mercadillos de productores. Además, han surgido formas novedosas de comercialización ligadas a la producción ecológica, tales como los Grupos de Consumo de alimentos ecológicos, los sistemas de suscripción en base a la distribución periódica de lotes de productos de composición preestablecida, la venta por internet, o la distribución directa por parte de los productores a comedores de instituciones públicas (Consumo Social).
En efecto, las diversas modalidades de CCC van más allá de un simple interés por alimentos saludables por parte del consumo, para establecer relaciones de confianza, en respuesta a una desconfianza generalizada frente a la globalización agroalimentaria y los organismos de control ambiental y sanitario al respecto. Esta desconfianza llega hasta el cuestionamiento de los propios sistemas públicos de certificación, para establecer sistemas alternativos y participativos de garantía; e incluso frente a la convencionalización de la agricultura orgánica.
El establecimiento de estas nuevas redes sociales de confianza entre producción -medio rural- y consumo -medio urbano, se traduce en formas de funcionamiento ampliamente positivas para ambas partes de la cadena, y que establecen una clara diferencia con las formas de circulación económica en el mercado capitalista global: estabilidad; negociación de precios; cooperación entre producción y consumo e incluso variadas formas de co-gestión de la finca; preferencia por las producciones más cercanas por encima de los menores precios; etc. Muchos productores ecológicos manifiestan a su vez su satisfacción al conocer a las personas que se alimentan con su cosecha, y a que sus productos de calidad sean consumidos en el propio territorio. Y según la conciencia ecológica va siendo incorporada por los propios productores, estos comienzan a consumir alimento ecológico y a desarrollar experiencias de consumo asociativo en las propias zonas de producción, a menudo rurales.
El interés renovado por las producciones agrarias locales, supone a su vez un cambio importante en uno de los principales problemas para la renovación de la población activa agraria: la escasa valoración social de la actividad, a la vez que puede suponer un freno importante frente a la pérdida de biodiversidad agraria. La simple reducción de intermediarios reduce costes y aumenta de manera muy sensible el valor añadido percibido por el productor, a la vez que reduce los precios finales del alimento ecológico y los impactos ambientales relativos a transporte y a los envases y embalajes que la distribución convencional utiliza como gancho.
No es oro todo lo que es “corto”
El concepto de “Circuitos Cortos de Comercialización” solo hace referencia al número de intermediarios entre producción y consumo, y dentro de esta definición entran muchas cosas, y no todas responden a la idea de solidaridad y de reparto del beneficio social entre los extremos de la cadena alimentaria. El desarrollo de la gran distribución comercial (“Canal Moderno”) aprendió la lección hace mucho tiempo, y en la actualidad supone el único intermediario para la mayor parte de productos que se comercializan en los súper e hipermercados. Han desarrollado sus propias plataformas de compra, desplazando así al “Canal Tradicional” construido a través de los “mercas” de las grandes ciudades, y quedándose así con una mayor parte del valor añadido, y concentrando aun más el poder de negociación frente a producción y consumo. Y son capaces de apropiarse de cualquier contenido simbólico al respecto (ver foto de Intermarché, Marsella, 2006), y lo peor es que no mienten.
Por lo tanto, cuando hablamos de CCC no solo nos referimos a los intermediarios, sino también a las formas que adoptan los circuitos de comercialización… Pero aquí también nos podemos pillar los dedos. Algunas modalidades de CCC se han crecido, en los países con mercados ecológicos más desarrollados, de una forma espectacular. Es el caso de los sistemas de subscripción (o de cestas) comercializados por internet, que en países como el Reino Unido alcanzan en algunos casos volúmenes de decenas de miles de cestas semanales a domicilio (Abel and Coll; Riverfort); aunque también en Dinamarca (Aarstiderne), Alemania o Austria. Todas estas experiencias surgen e sus inicios de granjas o asociaciones de granjas pioneras en los CCC, que abrieron mercado con mucho valor, y que hoy logran comercializar un volumen muy importante de productos de regiones determinadas, favoreciendo el mantenimiento de la agricultura en esas zonas. Pero adoptan sistemas en los que, una vez más, el criterio del productor tiene poco que decir; que no tienen problemas en incorporar productos de cualquier parte del mundo, para hacer “más cómodo el servicio” al consumidor; y que pierden la relación directa entre producción y consumo, al adoptar estructuras empresariales. ¿Es esto circuito corto?
En una conversación con Patrick Holden, anterior presidente de la Soil Association, en Reino Unido, nos comentaba una reunión con el responsable de compras de una gran cadena de supermercados en aquel país. Aquel sales manager decía: “de momento, el volumen es demasiado pequeño para nosotros”, pero no tenía problemas en considerar abrir una línea de sistema de suscripción para alimentos ecológicos desde el supermercado. En efecto, si es rentable, ¿por qué no lanzarse a ello? Y sin duda, sin un tejido social y una solidaridad directa entre producción y consumo, el poder comunicativo de la Gran Distribución puede reconstruir cualquier ficción de lo local, de la solidaridad, y de la calidad de los alimentos. Mucho más real que la realidad.
Por ello, no solo hablamos del número de intermediarios, sino también de volúmen (cantidad de producto repartido, cantidad de granjas productoras o unidades de consumo implicadas) y escala territorial, que permita un contacto directo y conocimiento mutuo entre producción y consumo. Pero sobre todo, cuando hablamos de CCC como proyecto transformador, hablamos de Poder. Poder de la producción y el consumo para definir el modelo agrario y alimentario que deciden para cada territorio, lo cual es a su vez un proyecto político, que denominamos Soberanía Alimentaria.
Los CCC como elemento movilizador
Se constata que además, las relaciones de proximidad en las cadenas locales sirven de vehículo a las demandas sociales de equilibrio territorial y ambiental frente a la globalización, especialmente entre los habitantes urbanos, en un compromiso por apoyar y fortalecer los paisajes, las culturas y las economías locales sostenibles de los territorios circundantes a las áreas metropolitanas. Especialmente en las zonas urbanas y periurbanas donde, como ya se ha comentado, la dinámica de la economía globalizada presiona en mayor medida sobre el tejido agrario. Pero también en las numerosas iniciativas de Grupos de Consumo o CCC que se están desarrollando en zonas rurales, integrando a los productores/as en las mismas estructuras de consumo.
En este sentido podemos entender el desarrollo desde los años ’90 de un movimiento social agroecológico de fuerte carácter urbano, desde el cual se organiza la resistencia frente a la expresión territorial del capitalismo global, a través de un cambio en el modelo agroalimentario. Desde estas praxis urbanas se construyen los grupos de consumo en las ciudades y los huertos urbanos, y estas experiencias se han ido coordinando a nivel territorial para construir el extremo del consumo en los CCC, haciendo así operativas las incipientes redes logísticas por medio de estructuras de coordinación.
La existencia de estas estructuras y la explosión de los CCC están permitiendo un estrecho contacto entre producción y consumo, incorporando contenidos agrarios y rurales a la agenda política de los movimientos sociales urbanos a través de la presencia de los productores, con lo que se fortalecen de una forma importante las luchas de los débiles tejidos sociales de las áreas periurbanas circundantes, o de las comarcas rurales con tejido asociativo ligado a los CCC.
En las Áreas periurbanas nos encontramos, en concreto, con un rango de problemáticas en la parte de la producción, ligados a la marginalidad de la actividad agraria en estos territorios: problemas de acceso a la tierra y al agua; contaminación de suelos y agua; desestructuración del tejido productivo agrario (asociaciones, cooperativas, etc.); y degradación de las infraestructuras agrarias (caminos, acequias, etc.).
Estas problemáticas están siendo integradas, dentro de la agenda de los movimientos sociales urbanos, que más allá del ecologismo pasan a considerar la cuestión agraria como bien de interés social, desde una visión agroecológica y de Soberanía Alimentaria. En este sentido, es fácil encontrar en los espacios donde toman cuerpo las experiencias de CCC -locales de los grupos de consumo, mercadillos de productores- propaganda y convocatorias de movilizaciones alrededor de problemáticas ambientales locales de las áreas periurbanas, como la urbanización descontrolada; la contaminación; o la construcción de infraestructuras de transporte, agua y energía. Además, es fácil encontrar en la dinamización de estas movilizaciones a los propios agricultores ecológicos y a otras personas implicadas en los CCC desde el consumo.
EJEMPLOS:
Probablemente el conflicto social más importante acaecido en el Estado español en este sentido es el de la Huerta Sur de Valencia, y en concreto en el barrio de La Punta, desde mediados de los ’90. Este barrio de huertos históricos, integrado en el término municipal de la ciudad de Valencia, fue arrasado en gran parte para la construcción de infraestructuras logísticas y de transporte, necesarias para conectar el espacio metropolitano valenciano con la economía global. Este proceso se ha ido extendiendo a otras zonas alrededor de la ciudad, y ha ido generando un creciente movimiento contestatario, en el que la agricultura es más que el paisaje y la identidad cultural históricas del pueblo valenciano. La huerta es garantía de futuro para la ciudad y una vía imprescindible para su desarrollo sostenible, y cada fanega cementada supone fertilidad y riqueza perdidas para siempre. Por ello, desde los ’90, las personas implicadas en la defensa de L’Horta comenzaron a dinamizar experiencias de CCC en los terrenos que iban a ser urbanizados, como forma de conectar a los habitantes urbanos con la problemática de las huertas históricas. Esta línea sigue, hasta el punto de que hoy la página web de inicio del colectivo Per L’horta -el más visible en la defensa de la huerta valenciana- muestra un sistema de compra on-line de productos de la zona.
Otro ejemplo interesante es el de Bajo el Asfalto está la Huerta (BAH!) en el Area Metropolitana de Madrid. En el año 2000 un grupo de 150 jóvenes okupaba unas tierras abandonadas de titularidad pública, pertenecientes a un Parque Regional y destinadas para “agricultura sostenible”, para denunciar el abandono de la finca por parte de la administración y las múltiples agresiones ambientales que estaba sufriendo dicho Parque Regional relacionadas con el crecimiento urbanístico y las infraestructuras de transporte relacionadas. El grupo presentó un proyecto al gobierno regional para poner en producción la finca y sin esperar respuesta comenzó a desarrollarlo. El proyecto incluía la creación de grupos de consumo que, de manera asamblearia, gestionarían la finca en base a la posesión colectiva de los medios de producción y del producto, en un modelo de relaciones entre producción y consumo mediante el cual el consumo se hace responsable de la producción agraria, y también del territorio que la soporta. La producción tuvo que llevarse al valle del río Tajuña al ser dificultada por la administración con todo tipo de medios. Sin embargo la experiencia siguió adelante, y más tarde el modelo de relación producción-consumo se replicaría en una docena de nuevas experiencias, en la Comunidad de Madrid y en otros territorios del Estado Español.
PARA SABER MÁS:
(*) Daniel López
Técnico e investigador en Agroecología. Miembro de Ecologistas en Acción.

viernes, 23 de septiembre de 2011

EL BUNKER



El Correo Vasco, septiembre 2011. Gustavo Duch
Michael es tremendamente fatalista. Cuando conoció los peligros de la energía nuclear construyó en los bajos de su casa un refugio nuclear. Como teme a los ladrones tiene también una habitación del pánico. Los alimentos y productos de limpieza que compra y utiliza para su familia llevan etiquetas de cien por cien ecológicos no sea le entre una toxoinfección en casa; y el agua corriente pasa por un doble sistema de filtro y depuración.
Pero Michael no está preparado para todo, porque Michael, como la mayoría de personas de los países industrializados, nos alimentamos en un sistema global muy vulnerable, del qué poco conocemos. ¿Si supiera Michel que cualquier día nos pueden cortar el suministro de energía, se instalaría unas placas solares autónomas? ¿Si supiera que nos pueden cortar el suministro de agua, recuperaría el agua de lluvia y el viejo pozo del jardín? ¿Y si supiera que el supermercado se podría quedar vacio, sin comida, atiborraría las despensas de latas de conserva y embutidos? No sería una solución acertada a largo plazo, claro, pero de todas las pesadillas que aterran a Michael, seguramente la menos improbable sea precisamente esa última: el desabastecimiento de comida, sobre todo en las ciudades.
La alimentación urbana hoy por hoy está totalmente desconectada de la producción de alimentos;  la producción de alimentos que abastece a las ciudades es totalmente dependiente de energía fósil; y la energía fósil no es infinita (la regla del tres). Cuando el déficit de petróleo y gas natural sea más patente (o cuando alguna crisis estratégica nos deje sin suministros) el precio de la energía será progresivamente más elevado. De hecho se puede observar una correlación directa entre el precio del petróleo y los costes de los alimentos que, de naturaleza industrial y no campesina, se producen con pesticidas y fertilizantes derivados del gas y del petróleo; que se han sembrado, regado y cosechado mecánicamente; que han viajado en barco, camión o avión; y que guardamos en frigoríficos que calientan el planeta.
¿Qué  puede hacer Michael y sus monomanías para protegerse ante tal descalabro? Como dicen algunos textos, también los individuos y las familias podemos empezar a introducir una agricultura y alimentación de transición,  que vaya acercándonos progresivamente a una alimentación de bajos o negativos costes energéticos. Cinco ideas:
  1. Revisar la despensa y la nevera y analizar cuánto petróleo vemos en ella. Cuántos envases y  paquetería observamos, cuántos alimentos kilométricos nos abastecen, cuántos dependen de una cadena de frío, cuanta carne aparece…para tenerlo en cuenta.
  2. Revisar la nota de la compra…y nos sorprenderemos que comparado con otros capítulos de nuestros gastos no es este uno de los más sangrantes, de forma que no es mala idea empezar a desviar partidas de nuestro presupuesto del capítulo de lo ‘innecesario’ al capítulo de lo ‘vital’.
  3. Repensar los menús en base a la sostenibilidad, es decir, pensar en nuestros hábitos de compra, en nuestra forma de guardar y preparar la comida, incluso del modo de vida que nos lleva a tener o no tiempo para cocinar.
  4. Rebuscar cerca de dónde vivimos alguna cooperativa o grupo de consumo que ya están abasteciéndose de productores locales; o localizar mercados de campesinos.
  5. Ruralizar la casa, es decir dedicar las macetas, el jardín o la terraza a cultivar una parte de lo que requerimos. O participar de un huerto comunitario en ese terreno abandonado del barrio.
Esto más o menos, o confiar en un milagro que –Michael lo sabe- no se dará.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

CRISIS ALIMENTARIA

Septiembre 2011, REVISTA ECOLOGISTA, Gloria Martínez y Gustavo Duch
Algo no va bien cuando el diccionario –o nuestro uso del mismo- se queda sin recursos. Al drama de levantarse por la mañana, cada mañana, y no saber qué vas a poder comer tú y tu familia, le llamamos ‘crisis alimentaria’. Cuando comer pepinos, brotes de soja o carne de cerdo puede –dicen- causarte una indigestión, le llamamos ‘crisis alimentaria’. Y si de la noche a la mañana, por arte de birlibirloque, los precios de la canasta alimentaria suben por las nubes, a eso… ¿cómo le llamamos? Pues sí, ‘crisis alimentaria’ evidentemente.
Un embrollo semántico por falta de lucidez. El capitalismo es lo que tiene, que nos latifundiza los conceptos y los disimula creando el eufemismo único: ‘crisis alimentaria’ para no tener que sonrojarse hablando de hambre, pérdida de soberanía alimentaria, especulación, envenenamientos industriales…
Las  crisis alimentarias, cualquiera de éstas tres, no son algo coyuntural

miércoles, 1 de junio de 2011

Una crisis inpepinable

El Correo Vasco, 1 de junio de 2011. Gustavo Duch

La ‘crisis de los pepinos’ o mejor dicho el brote de E. Coli que afecta al norte de Europa, es una buena ensalada donde se mezclan alarmas, angustias y mensajes de confianza. A la espera de respuestas definitivas sobre sus orígenes, y ahora que tenemos a los pepinos absueltos, me parece imprescindible abrir algunas reflexiones sobre el sistema alimentario global por el que hemos optado en los países desarrollados (y que se ha impuesto a los países del Sur empobrecido).
El sistema en cuestión ha sido diseñado para producir algo parecido a alimentos, a costes muy bajos, tanto económicos, sociales como ecológicos; pero que puedan producir altos beneficios a quienes se dedican a su comercialización. Los alimentos, lejos de considerarlos como una necesidad y un derecho, se entienden como una mercancía sin más. El caso de los pepinos es un buen ejemplo: los esfuerzos para cultivar, regar y cosechar un pepino, representarán para el agricultor o agricultora 0’17 euros por kilo vendido. La población consumidora pagará 1’63 euros por kilo. Es decir, un incremento superior al 800%.
Mercancías con este margen son verdaderos diamantes que recorren el mundo siempre en una misma dirección, la dirección centrípeta: desde las regiones productoras a las poblaciones con más poder adquisitivo. Y pepinos, piñas o panga hacen entonces viajes muy largos, en temporada alta y con muchas ciudades que visitar. Las administraciones ante este mercado, no se plantean revisar el modelo, sino que optan por asegurar y aumentar los controles alimentarios. Pero por muchas medidas que se puedan tomar, y como hemos visto también con las dioxinas, gripe porcina o vacas locas, las crisis alimentarias son insalvables, y las acabamos pagando la población consumidora (que puede enfermar) y la productora (que puede perderlo todo).
Las dimensiones del problema también las hemos de tener en cuenta. Una partida de alimentos industrializados afectada de algún problema de salubridad son miles y miles de unidades contaminantes, aumentando mucho la dispersión y alcance del brote o epidemia.
Por último en Alemania, donde se ha podido percibir cierta descoordinación entre sus autoridades, han obrado tajantemente bajo el principio de precaución, impidiendo el consumo del pepino y otras hortalizas… por lo que pudiera ocurrir. El mismo principio que en cambio siempre queda relegado en otros riesgos alimentarios no agudos pero si a largo plazo, como por ejemplo el consumo de alimentos transgénicos o las nuevas prácticas de nanotecnología. Pareciera que las multinacionales que controlan el sistema alimentario tienen lazos muy estrechos con las autoridades sanitarias que a ellas sí les permiten campar, acampar y cultivar a sus anchas.
A partir de estas reflexiones y otras que se podrían añadir, parece lógico proponer que las medidas políticas en agricultura y alimentación se dirigieran más a revisar el modelo en sí mismo. No podemos resolver estas crisis con más puntos de control, con más tecnología; es un camino equivocado y sin salida. Sin embargo, como dice la Dra. Marta Rivera «la Soberanía Alimentaria, que apuesta por la relocalización de los sistemas agroalimentarios y por modelos de producción campesinos, podría (además de alimentar a toda la población) incrementar también la seguridad alimentaria. Por un lado, los alimentos serían adecuados al contexto cultural, por otro lado, la agricultura campesina, desde el enfoque de la agroecología, favorecería la producción de alimentos sin tóxicos, disminuyendo el riesgo de consumir alimentos contaminados y socialmente justos. Así mismo, el acortamiento de la cadena alimentaria y la reducción del número de intermediarios y transformaciones sufridas por los alimentos disminuyen los puntos críticos en los que los alimentos pudieran ser contaminados».
Y los beneficios quedarían en manos campesinas. Las alarmas sólo servirían para despertarles por la mañana, si el gallo se olvidara de cantar.

Gustavo Duch. Autor de LO QUE HAY QUE TRAGAR. Coordinador de la revista SOBERANÍA ALIMENTARIA, BIODIVERSIDAD Y CULTURAS.

martes, 17 de mayo de 2011

Graneros del mundo

La Jornada de México. Gustavo Duch. 17 de mayo de 2011 Si son tan amables, lean con atención estos párrafos que tomo prestados de un diario:
«El 8 de mayo más de un millar de vecinos y vecinas, indignados todos ellos y ellas salieron a la calle ante lo que consideran un nuevo atropello para su territorio. Perfiles de personas mayores, jóvenes que animan el acto reivindicativo a golpe de cacerolas y tambores, nuevos rostros de personas que han decidido volver al campo, padres de la mano de sus niños y niñas que no quieren que recojan el testigo de una tierra desolada; todos y todas indignadas por una de las últimas operaciones planificadas, con el beneplácito de las Instituciones de nuestra tierra, para dar cobertura legal a una empresa que pinta de negro el futuro de nuestros campos y de nuestros pueblos. La indudable pretensión de autorizar la construcción de una mega-incineradora.
«Los mensajes de los organizadores de la manifestación y en representación de las personas movilizadas no pudieron ser más claros. -Esta es una tierra olvidada, de la que nunca se acordaron cuando llegó la era del desarrollo. Y ahora, que las zonas desarrolladas no saben dónde ubicar su basura, quieren que nosotros aceptemos que se queme en nuestra tierra; asumiendo las nefastas consecuencias sobre la salud y sobre nuestra escasa economía, basada exclusivamente en la calidad de nuestro medio ambiente. ¡Ubicar aquí esta incineradora es decir adiós al futuro de nuestra comarca, es potenciar la despoblación que ya vivimos, es una injusticia social! Eso es lo que hoy venimos a denunciar: ¡la injusticia! y nuestro derecho a buscar un desarrollo sostenible para nuestro territorio, un camino que se amolde a nuestro entorno, que le haga evolucionar, sin arrancar nuestras raíces».
Como han llegado hasta aquí con la lectura, primero muchas gracias. Segundo, supongo que se preguntaran dónde ocurre esto. ¿Ghana, actual chatarrería para los electrodomésticos europeos? ¿Territorios rurales de México dedicados a la instalación de las industrias más contaminantes? ¿O les viene a la memoria la reciente noticia de los planes de Japón y EEUU de llevar sus residuos nucleares a Mongolia?

Efectivamente podría ser uno de esos lugares, lugares que tienen todos un elemento común: se encuentran en el Sur global, en la espalda del mundo, oprimidos debajo de los grandes, al servicio de las urbes, las metrópolis y las industrias: los Sures Rurales, repartidos por todos los puntos cardinales. Como es Tierra de Campos, «la comarca que fue el granero de España, hoy sólo es el granero de los bancos y de las transnacionales agroalimentarias. De ella se ha extraído casi todo: nuestras gentes, nuestro dinero, nuestro patrimonio, nuestra cultura, para desprestigiarla y arrinconarla en fríos museos etnográficos. (…) Sólo nos traen la mierda (futuros cementerios nucleares, incineradores, etc.) y las mentiras. Mentiras, y mentiras de nuestros representantes públicos, que siguen planificando nuestras vidas sin contar con nosotros y nosotras». Así lo explica uno de sus campesinos, (campesinos dice el diccionario, aquel originario de Tierra de Campos), Jeromo Aguado.

Como él nos recuerda pareciera que la llamada urgente que Stephane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hacía a la ciudadanía : ¡INDIGNAOS!, a los sures rurales y maltratados, a los graneros del mundo extenuados, ya llegó: «¡ESTAMOS INDIGNADOS!», claman.

Gustavo Duch Guillot, Coordinador de la revista SOBERANÍA ALIMENTARIA, BIODIVERSIDAD Y CULTURAS y autor de LO QUE HAY QUE TRAGAR.

martes, 10 de mayo de 2011

Las manos

Galicia Hoxe, 11 de mayo de 2011. Gustavo Duch

El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define el término rural como ‘Inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas’. En contraposición, se refiere al término urbano como ‘Cortés, atento y de buen modo’.

El cacique se levantó. Estaba rodeado de todas las personas del clan. El clan de los Urbanos. Estaban atrapados, en la encrucijada, no más podían demorar la decisión. -Tomemos un nuevo camino, ¿cuál? ¿Por dónde? ¿Hacia dónde? ¿Para llegar a? ¿Con quiénes? – preguntó.
Las familias ya no cultivaban la tierra. Habían delegado la producción de alimentos a empresarios que con modernos métodos de cultivos –explotaciones, les llamaban- habían estrangulado todos los recursos naturales. A los pocos años, poco quedaba para comer, y menos quedaba que fuera comestible. Tanto gastaron y tanto despilfarraron que montañas de residuos, emitiendo gases pestilentes, les impedía respirar con regularidad. El oxigeno que llegaba a sus venas, y el agua que bebían en sus vasos, estaban infectados, y así, sus cuerpos enfermaban.
Habían perdido todo el control. El cacique y su asamblea de ancianos, ya no regulaban, no tenían poder. Habían entregado a las manos de una gran mano invisible su libertad. Todo tenía dueño, amo o gestor. También los saberes eran mercancía para esas manos invisibles, frías, atentas, cortesanas y aplastadoras. Y a todo eso le llamaron crisis.
El decidor, el hablador, el que cuenta, el que sabe de otros clanes, se puso de cuclillas y tomó la palabra. -Allí, más cerca de lo que parece, conocí de otro clan. Son los Rurales. Desde hace años entendieron más que nosotras y nosotros. A nuestro lado son precursores, innovadores…casi que son futurólogos. Porque supieron que vendría y actuaron:
Cada familia entregó su blasón, los cosieron y hecho uno y multicolor proclamaron en rebeldía, su soberanía. Pactaron reducir, reciclar, reutilizar y ese ejercicio que les hacía más grandes, le llamaron, decrecer. Pensaron, repensaron y reaprendieron el arte de cuidar la tierra para producir alimentos. Le llamaron agroecología. Recuperaron a sus espíritus que les recordaron cuál era su mejor tesoro: sus manos. Tal vez toscas, pero manos palpables, que abrazan, que rodean, y –concluyó el hablador poniéndose en pie- calientes como el Sol.